Nuestro país cuenta con una gran extensión de tierra fértil para poder lograr la siembra de una variedad de productos, importantes en la cadena alimenticia y de desarrollo de la población, en cuyo proceso intervienen campesinos y pueblos indígenas a quienes hay que empoderar con esquemas de producción rodeados de estrategias innovadoras, técnicas y con el uso de herramientas elaboradas con tecnología de punta.
En los esquemas de producción se debe aprovechar de la experiencia de los campesinos, adquirida directamente en los terrenos de labor, de generación, en generación, la cual se debe de retroalimentar con los conocimientos técnicos de las nuevas generaciones –ingenieros agrónomos- que ahora le apuestan a llevar a cabo un acompañamiento de los agricultores para lograr una tecnificación del campo que permita mejores cosechas y que estas puedan traspasar las fronteras estatales y nacionales.
Si bien es cierto, hoy ya no resulta suficiente dotar de insumos a los agricultores, no basta con llevarles el bulto de fertilizante, si no hay un acompañamiento técnico que los asesore los procesos de producción, transformación y mercadotecnia de los productos que se siembran.
Es necesario aprovechar el talento de los jóvenes quienes se encuentran en formación para esta labor, para que con estas acciones haya una interacción y vinculación generacional de los procesos de siembra en el campo, directamente en los terrenos de labor, para con ello aprovechar estos talentos que por falta de oportunidades terminan en el desempleo o realizando otras actividades que nada tienen que ver con su vida profesional.
Debemos tener en cuenta que el 95 por ciento de los alimentos consumidos en el territorio mexicano, proviene del suelo, de la siembra en el campo, por eso es importante que, las técnicas que usaron los abuelos para producir hoy se vaya perfeccionando; porque el suelo puede desempeñar un papel positivo en la reducción de los impactos del cambio climático, pues a través de nuevos procesos se puede contribuir a disminuir los impactos del cambio climático o a la recarga de mantos acuíferos a través de procesos de restauración de suelo para convertirlo en un campo fértil para la cosecha.
Estimaciones de especialistas en el tema, apuntan que, en nuestro país, contamos con una superficie de 21 millones de hectáreas cultivables cada año, cuya fertilidad se va degradando la cantidad y calidad de los cultivos que está siendo afectada por el impacto de los últimos cien años y durante este tiempo se ha reducido la capacidad de vida del planeta.